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Ciencia para
sanar el mundo

Imagina un mundo en el que un descuido en un laboratorio no conduce a un desastre, sino a uno de los mayores descubrimientos de la humanidad. Así comienza la historia de la penicilina, un antibiótico que, gracias a un plato de cultivo olvidado y un poco de moho, cambió el curso de la medicina moderna en 1928. Este fortuito descubrimiento de Alexander Fleming no fue solo un salto en la ciencia médica, sino que, al salvar millones de vidas, se convirtió en un símbolo de esperanza y vida en medio de la devastación de la Segunda Guerra Mundial.

La penicilina no solo combatió infecciones; del mismo modo que luchó contra las bacterias, también lo hizo contra el pesimismo y el miedo en un mundo asolado por la guerra. Su éxito trascendió las mesas de operaciones y los hospitales de campaña, y demostró cómo un pequeño acto de curiosidad científica puede tener un impacto monumental en la humanidad. El descubrimiento de la penicilina es un recordatorio verídico de que la ciencia, en sus formas más humildes, puede ser un gigante en la promoción de la paz y la concordia.

Alexander Fleming. Fuente: Briografías y Vida
La penicilina fue el principal proveedor del bando aliado. Fuente: Pfizer España

Celebrando la ciencia como catalizadora de la paz

Este espíritu de descubrimiento científico y de la contribución de la ciencia a la paz y el bienestar humano es precisamente lo que se celebra durante la Semana Internacional de la Ciencia y la Paz. Iniciada en 1986 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, esta semana conmemora la intersección entre los avances científicos y la promoción de la paz. En esta época del año, la ciencia se quita las gafas de laboratorio, se pone una capa de superhéroe por la concordia en el mundo y nos muestra su lado más cool. Es un momento de proporcionar a la ciencia un merecido aplauso por su papel menos conocido, pero crucial: ser una fabricante clandestina de paz.

Durante esta semana, que siempre coincide con el 11 de noviembre, organizaciones e instituciones académicas alrededor del mundo organizan conferencias, talleres, exposiciones y eventos educativos para destacar las contribuciones de la ciencia a la construcción de una sociedad pacífica. Estos eventos están diseñados para fomentar el diálogo y la colaboración entre científicos, educadores, estudiantes y el público en general. En estos se habla de cómo evitar que el mundo se autodestruya y otras cosas ligeras como el cambio climático y la ética en la ciencia.

Desde sus inicios, este evento ha sido una plataforma para reflexionar sobre cómo la investigación científica y la tecnología pueden ser fuerzas para el bien, para la construcción de puentes donde antes había barreras. Es una celebración de esa fusión mágica entre el rigor científico y el altruismo humanitario, donde cada descubrimiento y cada innovación nos acercan un paso más a ese objetivo que debería ser universal: un mundo en el que la paz es tan fundamental como la ley de la gravedad.

Ciencia, una vacuna contra la vanidad

No solo la penicilina es una historia de invención que fue mucho más allá de los laboratorios (la próxima vez que olvides lavar tus platos, o emplees la limpieza diferida, recuerda que podrías estar a un paso de ganar un Premio Nobel). Muchos otros descubrimientos han sido verdaderos puentes hacia la paz y la humanidad y han transformado no solo cómo vivimos, sino también cómo nos cuidamos y conectamos los unos con los otros. Por ejemplo, muchos años después de este medicamento, a esta increíble historia podemos sumarle la creación de Internet, una red que ha borrado fronteras y reunido al mundo de maneras que sus inventores apenas podrían haber imaginado. Internet, fruto del ingenio colectivo de innumerables mentes brillantes, ha transformado radicalmente nuestra forma de comunicarnos, trabajar y entender el mundo, y ha fomentado una comprensión y cooperación internacionales sin precedentes.

Además de estas grandes invenciones, existen numerosas tecnologías y avances científicos que han jugado un papel crucial en la promoción de la paz y el bienestar. Desde vacunas que nos protegen de enfermedades mortales hasta tecnologías de energía renovable que nos prometen un futuro más limpio y seguro, cada descubrimiento lleva consigo un potencial transformador. La ciencia, en sus múltiples formas, no es solo un camino hacia el conocimiento, sino también un puente hacia un mundo más armónico y solidario. Estas historias de la ciencia no son meros capítulos en un libro de texto; son relatos vivos de resiliencia, creatividad y altruismo que continúan moldeando nuestro mundo hacia un futuro más brillante y pacífico.

Internet
Frasco de penicilina. Fuente: Prefeitura de Itapevi (Flickr)

Detrás de estos grandes inventos, un elenco de científicos anónimos, genios olvidados, han contribuido a un mundo más pacífico con su esfuerzo y dedicación. Son los héroes no reconocidos de la ciencia, que trabajan en el anonimato pero que dejan una huella indeleble en nuestra historia. Probablemente están demasiado ocupados salvando el mundo para preocuparse por Instagram y Twitter. Son y han sido los verdaderos influencers, aunque no tengan millones de seguidores.

Un credo, los datos

En un mundo tan desigual y necesitado, la ciencia se ha vuelto indispensable en la construcción de la paz y el cuidado de la humanidad. Como sugirió el economista Herman Daly, “enfrentamos el desafío de equilibrar el desarrollo humano con la reducción del consumo en países ricos”. La ciencia y la tecnología ofrecen herramientas para combatir el hambre y la pobreza. Y, aunque es cierto que la ciencia ha contribuido a avances bélicos, muchas de sus aplicaciones tienen un doble uso, como la energía nuclear. La responsabilidad de cómo usamos estas herramientas poderosas recae en nosotros.

La actitud científica no es solo para inventar tecnologías, sino también para fomentar la paz. Atul Gawande, cirujano y escritor estadounidense, resaltó que “la ciencia es un compromiso con una forma sistemática de pensar”. En este sentido, nos enseña que todo es limitado, incluidos nosotros mismos, y promueve un enfoque ético y cívico en nuestras vidas. La conciencia de nuestras limitaciones es fundamental para evitar la acumulación de poder a través de la violencia y la guerra. La ciencia, al enfocarnos en la limitación y la interconexión con la naturaleza, puede guiar nuestras decisiones hacia la paz y el cuidado mutuo.

La ciencia también implica cuestionar verdades y dogmas y aceptar solo hechos objetivos: los hechos son sagrados. Su pensamiento crítico es un antídoto contra las mentiras y las “verdades” falsas que a menudo promueven la violencia. La ética científica, que ve a todos los humanos como iguales y efímeros, promueve la igualdad de derechos y la desconfianza en soluciones que benefician a unos pocos. La ciencia, como herramienta para la toma de decisiones objetivas y basadas en datos, puede ayudarnos a discernir entre mitos y realidades, y a tomar decisiones basadas en principios éticos y de paz.

Desafíos en la era moderna

En el mundo actual, la relación entre la ciencia y la paz enfrenta varios desafíos, como la necesidad de equilibrar el progreso tecnológico con consideraciones éticas, y el uso responsable de los avances científicos. No es solo una cuestión de saber cómo hacer cosas increíbles, sino también de usar ese conocimiento sabiamente. También existe el reto de garantizar que los beneficios de la ciencia sean accesibles para todos, promoviendo así la equidad y la justicia.

Así que ahí lo tienes. La Semana Internacional de la Ciencia y la Paz no es solo una serie de conferencias que probablemente te perderías. Es una celebración de cómo la ciencia, en su manera más tranquila y humilde, ha sido un gigante en la promoción de la paz. Al final del día, incluso en los momentos más oscuros, la ciencia sigue guiándonos hacia un futuro donde, con suerte, la paz es la norma y no la excepción.

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