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Criptografía en tiempos de guerra:
las máquinas que decidieron destinos

06 Octubre 2023

La criptografía, el arte de la “escritura secreta” originada en la antigüedad, ha sido el discreto héroe (o villano, según se mire) en muchos conflictos bélicos. En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, este arte ancestral se erigió como un drama clandestino en el que cada mensaje codificado era un misterioso enigma esperando a ser revelado. Enigma, una indescifrable maquinita alemana, se convirtió en el símbolo de un juego de ajedrez invisible: cada día, la información se movía sigilosamente y cambiaba el juego sin disparar un solo tiro.

Exploremos la intrincada red de cifrado y descifrado que se tejía detrás de las líneas del frente y conozcamos los secretos y las historias de aquellos códigos que, en su momento, se crearon para ser impenetrables.  

Enigma, el secreto bien guardado de Alemania

Remontémonos al turbulento escenario de la Primera Guerra Mundial. Varios fracasos en los sistemas de cifrado usados por Alemania durante el conflicto evidenciaron la necesidad de desarrollar un secreto mejor guardado en sus comunicaciones. Esta fue la obsesión de un ingeniero electrónico alemán que se llamaba Arthur Scherbius. Sus esfuerzos, años después de la guerra, se materializaron en la patente de un dispositivo criptográfico electromecánico al que llamó Enigma 

Cuando hablamos de Enigma, no mencionamos solo una máquina, sino el pináculo de la criptografía alemana para comunicarse en secreto. Con su capacidad para transformar mensajes en textos cifrados y sus innumerables configuraciones diarias posibles, prometía convertir cualquier mensaje en un galimatías de letras, inescrutable para cualquiera sin la clave. Cada día, sus rotores cambiaban, y con ello, miles de posibles configuraciones se entremezclaban, lo que creba un escudo casi impenetrable de secretos. 

Arthur Scherbius
Máquina Enigma
Máquina Enigma a bordo de un Sd.KFz 251 de Heinz Guderian

Lo que no sabían los alemanes es que, lejos de las trincheras y los campos de batalla, en Bletchley Park (Inglaterra), un variopinto equipo de matemáticos, lingüistas y maestros del ajedrez, encabezado por el matemático y criptógrafo Alan Turing, se embarcó en una misión encubierta para descifrar este enigma. Turing y su cuadrilla, utilizando una máquina conocida como “Bombe“, lograron desentrañar los códigos de Enigma, lo que no solo dio a los Aliados una ventaja estratégica crucial en la guerra, sino que también sentó las bases para la criptografía y computación modernas. 

A pesar de sus contribuciones monumentales a la guerra y la ciencia, Alan Turing también es recordado por su trágica historia personal. Aunque su trabajo en el descifrado de Enigma salvó cerca 16 millones de vidas y acortó la guerra en varios años, Turing, homosexual no aceptado en su época, fue condenado por “indecencia grave” en 1952 y sometido a castración química en lugar de la prisión. Este tratamiento le infligió numerosas dificultades físicas y mentales, algo que le acabó marginando socialmente y nublando su brillante mente. Turing fue encontrado muerto en 1954 junto a una manzana impregnada de cianuro, y aunque su legado como pionero en computación y mártir en la lucha por los derechos LGBTQ+ perdura, solo recibió el perdón real en 2014, seis décadas después de su muerte. 

Alan Turing
Bombe, la maquina que descodificaba los códigos de Enigma

La influencia polaca en la descodificación de Enigma

Alan Turing no comenzó de cero. Años antes de la guerra, tres matemáticos polacos (Marian Rejewski, Jerzy Różycki y Henryk Zygalski), se convirtieron en los primeros en enfrentarse al enigma de la codificación alemana y forjaron un camino que, en última instancia, sería vital en la lucha aliada durante la Segunda Guerra Mundial. Su desarrollo de “bombas” criptográficas, maquinaria diseñada para descifrar los códigos de Enigma, se convirtió en una luz guía que iluminó el camino para futuras incursiones en la criptografía militar. Tras la devastadora invasión nazi de Polonia en 1939, los brillantes criptoanalistas llevaron sus conocimientos al Reino Unido, donde Alan Turing, apoyándose en la monumental base proporcionada por estos pioneros polacos, perfeccionó y amplió su trabajo. La “Bombe” de Turing, en el fondo, no fue más que una evolución del ingenio polaco. Sin quitar mérito a Turing, es importante recordar a estas mentes polacas. 

Marian Rejewski
Jerzy Rozycki
Henryk Zygalski

Criptografía de alta cuna: la máquina Lorenz

Aunque la Enigma alemana ha sido históricamente destacada, la máquina Lorenz, empleada para cifrar comunicaciones de alta jerarquía, incluidas las de Adolf Hitler, presentó a los Aliados un desafío igualmente formidable. A diferencia de la portabilidad de Enigma, Lorenz era una máquina de cifrado robusta y compleja que empleaba teletipos para cifrar y transmitir mensajes. La descodificación de Lorenz por los aliados, en particular por el matemático y criptoanalista británico Bill Tutte, fue una hazaña notable de ingenio y habilidad mecánica. 

Lorenz
Bill Tutte

Tutte, sin haber visto nunca la máquina, dedujo su arquitectura solo a partir de mensajes interceptados, lo que llevó al desarrollo, también en Bletchley Park, de Colossus, ampliamente reconocida como la primera computadora digital programable del mundo. Este logro, fundamental para descifrar las comunicaciones del alto mando alemán, ofreció a los aliados una visión inigualable de las estrategias alemanas, acelerando significativamente la victoria aliada y salvando innumerables vidas en el proceso. 

Colossus, la primera computadora digital programable del mundo.

Más allá de Enigma y Bletchley Park

Mientras Enigma y Bletchley Park a menudo capturan el foco de las operaciones de descifrado de la Segunda Guerra Mundial, el Proyecto MAGIC en Estados Unidos desempeñó un papel vital en el “teatro del Pacífico“. MAGIC permitió descifrar los meticulosos códigos navales japoneses, incluido el enigmático “Cifrado Púrpura”. Utilizado para comunicaciones diplomáticas japonesas y considerado sumamente seguro, este cifrado, basado en la “Máquina Púrpura“, fue finalmente descifrado por un equipo liderado por William Friedman, lo que permitió a los aliados prever y neutralizar las estrategias japonesas.  

Código Navajo

El “Código Navajo“, implementado por los Code Talkers (habladores de código) de Navajo durante la Segunda Guerra Mundial, se estableció como una táctica de comunicación esencial y eficaz para los aliados en el Pacífico. Para ello, se utilizaba el complejo y escasamente conocido idioma Navajo para formular un código militar impenetrable para los japoneses. A pesar de su aparente simplicidad comparado con las máquinas de las que hemos hablado, este sistema permitió la transmisión segura y rápida de mensajes, y fue especialmente útil en batallas clave como Iwo Jima 

Code Talkers

Este enfoque se basó en la noción de que un idioma, especialmente uno tan intrincado y geográficamente exclusivo como el Navajo, constituye en sí mismo una forma de cifrado. La eficacia de utilizar un idioma como herramienta criptográfica también se observa en la historia de Japón, como cuando el emperador Hirohito transmitió la rendición de Japón en el antiguo y enigmático lenguaje palatino, incomprensible para la mayoría de los japoneses. En un mundo menos globalizado, la barrera del idioma proporcionó un muro infranqueable para las comunicaciones secretas. 

Y es que todos los idiomas son, en definitiva, la más básica forma de codificación inventada por el ser humano. Para quien no entienda una lengua, sus palabras suenan a griego, como decía Shakespeare en su obra Julio Cesar; o, como diríamos en España, suenan a chino. 

La repercusión mundial: más allá de las batallas

El impacto del desciframiento de códigos durante la Segunda Guerra Mundial trascendió los campos de batalla, así como moldeó la geopolítica y el panorama posbélico. La inteligencia obtenida no solo guió las tácticas militares, sino que también influenció en decisiones diplomáticas y estrategias aliadas. El ingenio desplegado en Bletchley Park y similares no solo derrotó códigos enemigos, sino que también cimentó las fundaciones de la informática y criptografía contemporáneas.  

En un siglo XXI tecnológicamente saturado, las estrategias y lecciones derivadas de aquellas silenciosas salas de guerra, donde el ingenio humano trabajó (y, por qué no, brilló) intensamente en medio del caos, perduran como un manual de instrucciones de capacidad, innovación y estrategia en la ciberseguridad global actual. 

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