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Rita y Eugenia:
primas, pioneras y
mucho más que científicas

Eugenia siempre había tenido claro que su futuro estaba vinculado a la ciencia, certeza que la guió través de cada decisión y desafío. Su prima Rita, también sumamente intelectual, primero se sintió atraída por los intricados debates de la filosofía. No fue hasta la pérdida devastadora de su querida institutriz, víctima de un cruel cáncer de estómago, que la brújula de Rita se recalibró. A partir de entonces, sus deseos se redirigieron hacia la medicina, con un renovado sentido de propósito y urgencia.

Estamos hablando de Rita Levi-Montalcini y Eugenia Sacerdote de Lustig. Dos piezas claves entre las páginas de la historia científica que resplandecieron con una luz especial. Mujeres de ciencia y valentía, no solo forjaron caminos inexplorados en sus respectivos campos, sino que también dejaron una marca imborrable en la humanidad con su resiliencia y deseo inquebrantable de avanzar en el conocimiento. No fueron simplemente observadoras pasivas de los misterios científicos de su tiempo, sino que fueron agentes activos de cambio, desafiaron normas y redefinieron lo que era posible.

Compañeras de fatigas

Estamos en 1920, Rita y Eugenia tienen la mirada puesta en la Facultad de Medicina de la Universidad de Turín. Disponen de apenas 8 meses para prepararse, por lo que las primas se encuentran en una carrera contra el tiempo. La educación que recibieron en el colegio, centrada más en literatura y en la elaboración de ajuares para futuros hijos que en latín o matemáticas, parecía (estaba) diseñada para confinarlas a un destino predeterminado por la sociedad de su tiempo. Como no.

Pero las primas, unidas no solo por la sangre sino también por una intrépida determinación, deciden enfrentarse, hombro con hombro, al futuro que se les esbozó sin su consentimiento. A pesar de inicialmente estar en contra, el padre de Rita les pagará profesores particulares que les enseñen latín, griego, matemáticas, literatura, filosofía e historia. Lo que necesitan para entrar en la Universidad. Juntas, desafiarán las expectativas, estudiarán las asignaturas necesarias para acceder a los estudios superiores de Medicina y, con ello, decidirán su destino.

Lograron entrar. Claro que sí. Eugenia recuerda que ellas y, dos chicas más, fueron las primeras mujeres en esa Facultad, en medio de 500 hombres que les hacían la vida académica bastante difícil. Ambas fueron alumnas del estricto, pero conocedor, profesor Giuseppe Levi, quien se especializó en histología. Las dos primas participaron activamente en la investigación y publicación científica desde los primeros años, aunque sus caminos divergieron debido a las leyes antisemitas de la década de 1930 en Italia.

Escuela de Medicina de la Universidad de Turín. Crédito: web timetoast.com  Autor: Deniz SM

Infancia feliz (a pesar de todo)

Rita nació en 1909 en las acogedoras calles de Turín (Italia) en el seno de una familia judía-sefardí. No nació sola. La acompañaba su hermana melliza Paola, quien se convirtió en su compañera vital de juegos en toda su infancia. Junto con su prima Eugenia, que nació un año después, en 1910. Era hija también de una familia judía de posición acomodada.

Ambas tuvieron una infancia y juventud relativamente normales, teniendo en cuenta que era una época en la que las niñas, si iban a la escuela, era para aprender a casarse y a ser buenas amas de casa. Ellas eran mujeres, judías e intelectuales. Y lucharon constantemente para seguir siéndolo. En 1938, el viento del cambio sopló de forma brutal y repentina. Las leyes raciales fascistas de 1938, que prohibían a los judíos participar en la academia, lanzaron a Rita y Eugenia a un caos imprevisto.

Un océano de distancia

Rita, exiliada en su propia patria, construyó un laboratorio improvisado y clandestino en una casa de campo, donde compartían espacio ratas de laboratorio y microscopios caseros. Practicaba la neurocirugía con agujas de coser y pinzas de relojero, utilizando huevos de pollo fertilizados que recogía de granjas cercanas. Sin poder acceder a universidades ni laboratorios, desde su casa, pudo avanzar en el descubrimiento que le valdría el premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1986.

A miles de kilómetros de distancia, Eugenia, ahora exiliada en Argentina, también se encontraba en una lucha contra las adversidades, construyendo su laboratorio desde cero en una tierra extranjera.

Los hilos invisibles del destino y la pasión por la ciencia tejieron sus caminos en una sincronicidad asombrosa. Levi, trabajando con veneno de serpiente, tumores y saliva de ratón, descubrió el factor de crecimiento nervioso, clave en el crecimiento de los nervios y en que las neuronas se mantengan sanas. Por ello, recibió años después el Premio Nobel de Fisiología o Medicina, que compartió con un hombre, Stanley Cohen. Fue la cuarta mujer de la historia en recibir el preciado premio. Mientras tanto, Eugenia, lejos del foco de los premios Nobel, se convirtió en una pionera de la ciencia en Argentina: jugó un papel crucial en la investigación sobre poliomielitis y realizó contribuciones valiosas en el estudio de los procesos inmunitarios y virales en la biología del cáncer.

Eugenia Sacerdote de Lustig en el Instituto Roffo (1953). Autor: Livia Lustig

Rita y Eugenia, pese a sus logros, nunca olvidaron la importancia de guiar a la próxima generación de científicos. Rita, que finalmente pudo trasladarse a Estados Unidos, donde vivió durante tres décadas, fundó el Instituto Europeo de Neurobiología. Asimismo, fue una ferviente defensora de la educación, la investigación y el empoderamiento de las mujeres. Publicó su autobiografía “Elogio de la imperfección” en 1988, seguida de obras como “Tu futuro” en 1994, donde aconsejaba a los jóvenes no vivir para las expectativas de los demás y vencer sus propios miedos. En 1994 fundó la Fundación Rita Levi-Montalcini, que promueve proyectos educativos para jóvenes mujeres africanas y lucha contra la opresión.

Rita Levi en la Universidad de Washington. Autor: Josep Lluís Barona

Eugenia dedicó su vida no solo a la ciencia, sino también a guiar la próxima generación de científicos en Argentina. Fue un faro de humanidad, humildad y dedicación, con una pasión inmutable por su labor y un compromiso férreo con la investigación. Los jóvenes profesionales que tuvieron la fortuna de formarse bajo su ala pueden atestiguar su impacto duradero en sus carreras. Incluso con más de 90 años, su insaciable curiosidad y determinación la llevaron a embarcarse en un nuevo proyecto, explorando los enigmas de las enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer, y buscando identificar sus marcadores precoces.

Historias de pasión y descubrimiento

Rita, a pesar de su amor por la ciencia, tenía una pasión igualmente intensa por la música. Se cuenta que su investigación era a menudo acompañada por las dulces melodías del violín, que, en sus propias palabras, la ayudaban a “pensar con claridad”. Eugenia, por otro lado, tenía un rito peculiar antes de cada experimento importante. Cuentan que la científica siempre colocaba una pequeña planta, que había traído de Italia, en su mesa de trabajo. Era su forma de recordar que, al igual que esa planta, la ciencia crece y se ramifica en direcciones inesperadas, y que sus raíces, aunque estén en otro continente, siempre alimentan su ser y su hacer.

La historia de Rita y Eugenia es un recordatorio de cómo la ciencia puede prosperar incluso en las circunstancias más difíciles. Ambas mujeres se enfrentaron al antisemitismo, al sexismo y al exilio, y aun así, persistieron y dejaron una marca indeleble en sus respectivos campos.

Rita murió con 103 años, completamente lúcida. Eugenia, también longeva, lo hizo el 2011 con 101 años, en Buenos Aires. Se había quedado ciega unos años antes, algo que no la amedrentó. Al contrario: siguió leyendo todos los días con la ayuda de la “voz” de una computadora. La longevidad y contribuciones significativas a la ciencia de las primísimas las hacen figuras particularmente destacadas en la historia de la investigación médica y en el contexto global de la ciencia. Como la propia Rita dijo de ella misma, no solo murieron sus cuerpos. Su legado sigue inquebrantable entre nosotros.

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